Capítulo 3. Jude piensa que es divertidísimo
- Ottobee

- 26 may
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 25 jun

El hombre de quien se decía, había recibido el máximo favor tanto del destino como de los dioses observó en silencio a la mujer frente a él.
‘Hmm.’
Dio una calada profunda a su cigarro y exhaló suavemente.
‘¿Pero esto es realmente una mujer?’
Su mirada, ahora inquisitiva, se dirigió hacia ella, como queriendo desentrañar un secreto oculto.
Un sombrero tan grande que podrían caber dos cabezas humanas, y un rostro oscuro y lleno de bultos.
Más que fea, simplemente no parecía una cara humana.
De no ser por su voz clara y hermosa, no habría pensado que era una mujer.
Sí, hablaba bien. Parecía tener un cerebro funcional.
Pero eso era todo.
El país de Santnar, compuesto por dos islas principales y decenas de islotes menores, tenía un valor fundamental: la Bella Figura.
Es decir, ser atractiva y elegante en todos los aspectos.
Y en ese sentido, Adele Vivie era descalificada desde la ronda preliminar.
"No va a funcionar”, dijo Cesare.
Adele Vivie contuvo la respiración lentamente.
Parecía que estaba a punto de preguntar por qué, así que Cesare se adelantó, se dio unos golpecitos en el mentón y soltó una risita seca.
"Señorita Adele Vivie. Para poder venderla, al menos debería ser agradable a la vista, ¿no le parece?”
Seguro que ahora se retirará sola.
Eso era lo que pensaba Cesare.
"Ah..."
Pero Adele Vivie, soltando un sonido extraño, de pronto se aferró al borde de su sombrero.
"Ya veo. Un momento, por favor.”
Cesare no tuvo ni tiempo de sentirse desconcertado. Adele se quitó el sombrero de un tirón.
En ese instante, el cabello oculto bajo él cayó como una cascada.
Los mechones resplandecientes comenzaron a brillar a su antojo bajo la luz del sol de Fontanier.
Un brillo liso como la seda.
Una melena abundante de fondo negro, con reflejos verdes en su superficie.
Incluso Cesare, que había crecido rodeado solo de lo más hermoso de Fontanier, se quedó momentáneamente sin palabras.
“¡Qué cabellera tan magnífica!”, exclamó Jude a su lado.
Los ojos verdes de Jude, siempre sensibles al arte y a la belleza, centelleaban ahora con viva curiosidad.
"Parece el cabello de una sirena. ¿Le das algún cuidado especial?"
"A veces me ponía un poco de aceite de pescado."
"¿Solo eso? Increíble. Además…”
Jude observó alternadamente la melena de Cesare y la de Adele.
"¡Se parecen bastante! Claro, el matiz es distinto, pero ambos tienen ese brillo de perla negra, ¿no?”
“Es sorprendente. Y ahora que la veo de cerca, los ojos de esta señorita también son dorados... Bueno, más bien color miel, tal vez.”
"¿Estás comparándome con una limpiabotas?”, replicó Cesare, frunciendo el ceño con el cigarro aún entre los labios.
"Solo es cabello. Nadie se enamora de una nuca.”
"Un momento, por favor.”
Quien respondió fue Adele. Sin esperar el permiso de Cesare, comenzó a limpiarse el rostro con su ropa sucia.
No, más bien parecía que estuviera arrancándosela.
"¿Eh?”, murmuró alguien, desconcertado.
Chiiik. Tchik.
El sonido extraño que dejó escapar Jude fue mezcla de sorpresa y desconcierto ante lo que presenciaba: la piel del rostro de Adele parecía desprenderse como una máscara.
Una capa espesa, impregnada con el olor fuerte del betún para zapatos, cayó de su cara con un golpe sordo.
Y entonces, debajo de aquella falsa máscara, emergió un rostro sorprendentemente delicado y sereno, tan perfecto que incluso Cesare no pudo evitar chasquear la lengua.
"Ha...".
Era, sin duda, una belleza lo bastante imponente como para atreverse a hacerse pasar por una Buonaparte.
Ojos perfectos en forma de almendra con una mandíbula suave. Unos rasgos casi perfectamente simétricos.
Era el epítome de la belleza clásica. Pero, sorprendentemente, Adele también irradiaba una extraña aura que no encajaba con ese rostro impecable.
A veces existen personas así. Personas que parecen haber nacido para seducir al otro sexo.
Cesare era uno de ellos. Y ahora, Adele también lo era.
"............"
Cesare dio otra calada profunda a su cigarro y exhaló el humo mezclado con un suspiro.
"Con esto, no solo sería posible… podría ser perfecto, ¿no te parece, Cesare?”, dijo Jude con voz entusiasta desde un lado.
Y no estaba equivocado. Si solo se juzgaba por su apariencia, la mujer frente a ellos era ideal para el propósito.
Incluso si la llevaban ahora mismo, le daban una educación básica y la presentaban en sociedad, Cesare podía estar casi seguro de que la gente quedaría tan deslumbrada por su belleza que pasaría por alto cualquier imperfección menor.
Adele habló con calma, consciente de su propia belleza.
"Olvidé limpiarme antes".
Y además, tenía agallas.
Cesare cubrió su boca con la mano que sostenía el cigarro. En su mente se libraba una batalla feroz en apenas unos segundos.
Pero pronto sacudió la cabeza.
“Es imposible”.
“¡¿Por qué no?!”, gritó Jude.
Cesare bajó la mirada con frialdad.
"No tiene educación".
Originalmente, lo que él buscaba para cumplir el pacto con los Della Valle era una joven de nobleza caída.
La razón de escoger a una noble era simple: resultaba más fácil de educar.
"No habrá aprendido las seis artes, ni tendrá modales refinados. ¿Siquiera habla alguna lengua extranjera?”
"¡Pero es hermosa!", protestó Jude.
"La belleza no lo es todo”.
"¡No puedo confiar en lo que dices teniendo ese rostro!"
“Aun así…”
Cesare se recostó contra el respaldo de la silla, como si no hubiera nada más que considerar.
"Si vamos a venderla a los Della Valle, al menos debe tener algo en la cabeza. Al fin y al cabo, son una familia de eruditos."
"Ugh..." Jude gimió, sabiendo que Cesare no estaba equivocado en nada de lo que decía.
Ahora sí que se rendirá por su cuenta.
Eso pensaba Cesare justo cuando dejó su cigarro a un lado.
"Tiene razón en todo lo que ha dicho”, dijo Adele de pronto.
Ante su confesión serena, la mirada de Cesare volvió a posarse en ella.
"No he recibido educación formal. Pero dentro de mis posibilidades, he hecho lo mejor que he podido.”
Más persistente de lo que pensaba. Cesare frunció el ceño, esbozando una sonrisa sarcástica.
"¿Qué clase de esfuerzo? ¿Limpiar zapatos con más esmero?”
"Por ejemplo, el esfuerzo de intentar entrar en la biblioteca pública de Fontanier”
"Eso no es más que leer un par de libros."
"Y también sé hablar Deneer y Algaesian."
Las palabras en Algaesian fluyeron de sus labios como si las hubiera estado esperando.
Cesare se quedó sin palabras.
"¡Impresionante!", exclamó Jude, visiblemente entusiasmado.
Mientras tanto, Jude estaba extasiado. Parecía maravillado de que esa misteriosa y bella lustrabotas también supiera hablar idiomas extranjeros.
"¿También eso lo aprendiste de libros?”
"Aprendí la conversación de los extranjeros que viven en la calle. La gramática la estudié por mi cuenta en libros.”
"Hay gente que hable Algaesian en la calle?
"Fontanier recibe muchos extranjeros. Cuanta más gente vive en un lugar, más variedad encuentras.
"¡Una pasión por el estudio demasiado valiosa para dejarla en una simple lustrabotas!
"Era lo único que podía hacer.”
Adele volvió a fijar su mirada en Cesare.
"Así que no es solo "esforzarse limpiando zapatos".
“¡Ja!”, exclamó Jude, encantado, antes de volverse hacia Cesare con una sonrisa de oreja a oreja.
"Oye, Cesare. ¿No es increíble? ¡Esta chica ya me gusta! Si se trata de ella, ¡yo mismo me apuntaría a tu farsa! O mejor aún... podría llevarla conmigo... bueno, no es que lo diga en serio, claro…”
Jude, que venía parloteando emocionado, se calló al notar la mirada de Cesare. Carraspeó con discreción y desvió la mirada, retomando una postura más seria.
Cesare miró a Adele con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. No le gustaba lo que sentía: como si estuviera cayendo en el juego.
Y todavía le quedaba una última prueba por hacer, aunque por alguna razón sentía que esta mujer también la superaría con facilidad.
Con un suspiro, Cesare dijo en Deneer:
“No queda en mí ni una gota de sangre que no tiemble.”(1)
Adele no dudó un instante.
“Yo veo aún las cenizas del fuego de antaño.” (2)
Respondió con fluidez, citando sin error uno de los versos antiguos del poeta Durante. En ese momento, Cesare dejó el cigarro a un lado.
"¿Eres noble?”
“No.”
“¿Tus padres?”
"No los tengo.”
"¿Qué, acaso saliste del mar? No digas estupideces y responde con claridad.”
"Preguntar por los padres a una huérfana que nunca los ha visto en su vida es más estúpido que cualquier cosa que yo haya dicho.”
Cesare se detuvo un instante.
Levantó la mirada hacia Adele, pero ella no la apartó, manteniendo una expresión algo indiferente, casi aburrida.
Cesare chasqueó la lengua y rió.
Un poco insolente, sí. Pero quizás justo lo que se necesitaba para engañar a los Della Valle.
"Una última pregunta.”
Se puso de pie lentamente.
Por primera vez, Adele dio un pequeño respingo.
Sus ojos se desviaban inquietos, evitando mirar directamente el pecho de Cesare, donde su camisa se había abierto.Y al verlo, a Cesare le hizo gracia, aunque no supiera exactamente por qué.
"No pareces tan estúpida como para no saber que, si te descubren, mueres. Entonces, ¿por qué te ofreces?”
"......"
Los ojos de Adele se abrieron apenas un poco. Hubo un breve silencio.
Sus ojos color ámbar, difíciles de leer, se fijaron en Cesare durante un largo instante; luego parpadearon una sola vez, rápidamente.
"...porque tengo hambre".
Cesare alzó una ceja. ¿Era una metáfora?
Pero Adele no añadió nada más. Lo miraba con una expresión clara, limpia, sin rastro de falsedad.
Bueno… qué más da.
"Preséntate mañana en la casa Buonaparte.”


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